"La música empieza donde se acaba el lenguaje", Ernst Theodor Amadeus Hoffmann

lunes, 22 de abril de 2013

Retromanía

“Retromanía”, el último libro de Simon Reynolds La editorial argentina Caja Negra, con base en Buenos Aires, lanza la esperada traducción al castellano de “Retromanía. La Adicción Del Pop A Su Propio Pasado”, un ensayo publicado originalmente por Faber & Faber en Inglaterra en la primavera de 2011 y que se ha confirmado como uno de los libros sobre música más inteligentes y certeros de los últimos años. La obra de Simon Reynolds analiza la oleada de nostalgia reciente y la desmenuza hasta intentar resolver una pregunta crucial: ¿está el pop condenado a repetirse, vistos los últimos movimientos encaminados a lo vintage y a la autorreferencia, o hay todavía posibilidades de que la cultura de masas encuentre formas novedosas de expresarse? “Retromanía” es un esfuerzo titánico por localizar las raíces de la moda retro, sus primeras manifestaciones en décadas anteriores y el boom masivo de lo retro en los últimos diez años, con abundantes entrevistas y capítulos temáticos dedicados a escenas diversas relacionadas con el coleccionismo –de discos, ropa o instrumentos– o la efervescencia de movimientos musicales con un ojo en el pasado y en el presente a la vez. Por cortesía de Caja Negra Editora, hoy os avanzamos un fragmento de su edición en castellano, en traducción de Teresa Arijón y al cuidado de Pablo Schanton. Además, a partir de mañana podréis leer, también en PlayGround, una extensa entrevista con Simon Reynolds en la que nos cuenta cómo gestó y desarrolló un libro esencial para entender cómo es la cultura pop en la segunda década del siglo XXI. Introducción: La década “Re” Vivimos en una era del pop que se ha vuelto loca por lo retro y fanática de la conmemoración. Bandas que vuelven a juntarse y giras de reunión, álbumes tributo y cajas recopilatorias, festivales aniversario y conciertos en vivo de álbumes clásicos: cada nuevo año es mejor que el anterior para consumir música de ayer. ¿Puede ser que el peligro más grande para el futuro de nuestra cultura musical sea… su pasado? Es probable que estas palabras sean innecesariamente apocalípticas. Pero el escenario que imagino no es un cataclismo sino un debilitamiento gradual. Así termina el pop, no con un bang sino con una caja recopilatoria cuyo cuarto disco nunca llegamos a escuchar y una entrada sobrevaluada para la puesta en escena, tema por tema, del show del álbum de los Pixies o de Pavement que escuchábamos a morir el primer año de la universidad. Alguna vez, el metabolismo del pop zumbaba de energía dinámica, produciendo esa sensación de sumergirse-en-el-futuro tan característica de periodos tales como los sesenta psicodélicos, los setenta post-punks, los ochenta del hip hop y los noventa de la rave. Los años 2000 tienen otra impronta. Tim Finney, el crítico de Pitchfork, advirtió “la curiosa lentitud con que avanza esta década”. Finney se refería específicamente a la música dance electrónica, que a lo largo de los noventa había sido la vanguardia de la cultura pop y producía un nuevo “Próximo Gran Éxito” cada temporada. Pero la observación de Finney no solamente puede aplicarse a la música dance sino también a la música pop en su conjunto. La sensación de estar avanzando se fue volviendo cada vez más lánguida con el transcurso de la década. El tiempo parecía aletargado, como un río que comienza a serpentear dejando aguas estancadas a su paso. Si el pulso del ahora se sentía más débil con cada año que pasaba, es porque en los 2000 el presente del pop fue paulatinamente invadido por el pasado, ya sea en forma de recuerdos archivados del ayer o de viejos estilos pirateados por el retro-rock. En lugar de ser lo que eran, los 2000 se limitaron a reproducir muchas de las décadas anteriores al unísono: una simultaneidad temporal del pop que termina por abolir la historia e impide que el presente se perciba a sí mismo como una época dotada de identidad y sensibilidad propias y distintivas. En vez de ser un umbral hacia el futuro, los primeros diez años del siglo xxi resultaron ser una década “re”. Los 2000 estuvieron dominados por el prefijo “re”: revivals, reediciones, remakes, reescenificaciones. Retrospección interminable: cada año traía una nueva racha de aniversarios, con su concomitante superabundancia de biografías, memorias, rockumentales, biopics y números conmemorativos de revistas. Además estaban las reformaciones (nuevas formaciones) de las bandas, ya se tratara de grupos que se reunían para realizar giras nostálgicas cuyo objetivo era reabastecer (o abultar todavía más) las cuentas bancarias de sus integrantes (The Police, Led Zeppelin, Pixies… la lista es interminable) o de una precuela para retornar al estudio de grabación y relanzar sus carreras (Stooges, Throbbing Gristle, Devo, Fleetwood Mac, My Bloody Valentine et al.). Si sólo se tratara del regreso de la vieja música y de los viejos músicos, en forma de archivo o como artistas reanimados… Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas. A medida que transcurría la década, el intervalo entre la ocurrencia de algo y el momento de revisitarlo parecía achicarse insidiosamente. La serie televisiva “I Love the [Decade]”, creada por la BBC y adaptada por VH1 para los Estados Unidos, depredó los setenta, los ochenta y los noventa, y luego –con “I Love the Millenium”, que salió al aire en el verano de 2008– depredó los 2000 incluso antes de que terminara la década. Mientras tanto, los tentáculos de la industria de la reedición ya habían abarcado hasta el último tramo de los años noventa con las cajas recopilatorias y las versiones remasterizadas/aumentadas del minimal techno alemán, el britpop y hasta los peores álbumes de Morrissey. La marea creciente del pasado histórico está mojándonos los tobillos. Los revivals fueron la escena musical más influida por la “Regla de los veinte años del revivalismo”: los ochenta estuvieron “in” durante gran parte de los 2000 bajo la forma del post-punk, el electropop y, más recientemente, el resurgimiento gótico. Pero también hubo etapas precoces de revivalismo de los noventa, con la moda del nu-rave y el ascenso del shoegaze, el grunge y el britpop como puntos de referencia para las nuevas bandas indie. La palabra “retro” tiene un significado específico: se refiere a un fetiche autoconsciente por la estilización de un período (en cuanto a música, ropa y diseño) que se expresa creativamente a través del pastiche y la cita. Lo retro, en su sentido más estricto, tiende a ser la prerrogativa de los estetas, los connoisseurs y los coleccionistas, personas que poseen una profundidad de conocimiento casi académica combinada con un afilado sentido de la ironía. Pero la palabra empezó a usarse de una manera mucho más vaga para describir todo aquello que está relacionado con el pasado relativamente reciente de la cultura pop. Siguiendo este uso común y menos estricto de la palabra, “Retromanía” investiga el espectro completo de usos y abusos contemporáneos del pasado pop. Esto incluye fenómenos tales como la presencia cada vez mayor de la vieja cultura pop en nuestras vidas: desde la accesibilidad de los discos de catálogo hasta el gigantesco archivo colectivo de YouTube y los cambios masivos en el consumo de música que son consecuencia directa de aparatos reproductores como el iPod (que muchas veces funciona como una estación de radio personal donde sólo transmiten “oldies”). Otro aspecto importante es el envejecimiento natural de la música rock después de unos cincuenta años de existencia: artistas del pasado que continúan vigentes y siguen haciendo giras y grabando discos, pero también artistas del pasado que preparan su regreso después de un largo período de silencio. Por último, está la “nueva vieja” música de los músicos jóvenes que buscan sustento en el pasado, y casi siempre lo hacen de manera claramente ostentosa y arty. Por supuesto que las épocas anteriores a la nuestra tuvieron sus propias obsesiones con la Antigüedad, desde la veneración renacentista por el clasicismo griego y romano hasta las invocaciones medievales del gótico. Pero nunca existió en la historia humana una sociedad tan obsesionada por los artefactos culturales de su propio pasado inmediato. Eso es lo que distingue a lo retro del “anticuarismo” y de la historia: la fascinación por las modas, las tendencias, los sonidos y las estrellas del pasado reciente. Cada vez más, eso remite a una cultura pop que experimentamos por primera vez en su momento (como individuos conscientes y conocedores del pop, a diferencia de lo que vivimos sin tomar conciencia cuando éramos niños). Esta clase de retromanía se ha transformado en una fuerza dominante de nuestra cultura, a tal extremo que parecemos haber llegado a una suerte de punto de inflexión. ¿La nostalgia obstaculiza la capacidad de avanzar de nuestra cultura? ¿O somos nostálgicos precisamente porque nuestra cultura ha dejado de avanzar y por lo tanto debemos mirar inevitablemente hacia atrás en busca de momentos más potentes y dinámicos? ¿Pero qué ocurrirá cuando nos quedemos sin pasado? ¿Nos estaremos dirigiendo a una suerte de catástrofe cultural-ecológica, en la que los recursos de la historia pop se habrán agotado? Y de todas las cosas que ocurrieron durante la década pasada, ¿cuáles podrían alimentar la locura nostálgica y las tendencias retro del mañana? No soy el único que se siente perplejo ante estas perspectivas. Ya perdí la cuenta del número de columnas periodísticas y posteos en blogs que se preguntan dónde quedaron la innovación y la rebeldía en la música. ¿Dónde están los nuevos grandes géneros y las subculturas del siglo xxi? A veces son los propios músicos los que hacen vibrar la nota de un cansado déjà vu. En una entrevista de 2007, Sufjan Stevens declaró: “El rock and roll es una pieza de museo. […] Hoy existen grandes bandas de rock: me encantan los White Stripes, me encantan los Raconteurs. Pero es una pieza de museo. Ir a esos clubes es como mirar el History Channel. Lo único que hacen es volver a poner en escena un viejo sentimiento. Canalizan los fantasmas de aquella era: los Who, el punk rock, los Sex Pistols, lo que sea. Ya fue. La rebelión ha terminado”. Sacado de http://www.playgroundmag.net/musica/articulos-de-musica/reportajes-musicales/lee-en-exclusiva-un-avance-de-retromania-el-ultimo-libro-de-simon-reynolds

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